Valle del anáhuac
Aguardaba.
Casi por derrota decidió no mover su vista de la
ventana amplia que reflejaba el espectro de un frondoso árbol sin frutos entre
las nubes. El cristal se ocultaba más y más, sin filo que lo sostuviese,
parecía que se vendría abajo sobre él, cuando un súbito burbujeo lo hizo
respirar de nuevo, respirar por los poros que se ahogaban en el sudor de la
espera.
Una silueta hizo salivar su mente reseca, ¿era ella la mujer más hermosa que había visto en su vida?; o era quizá la borrosa
idea de vislumbrar su seno dibujado por una blusa blanca que le doblaba
la talla, o el tenue contorno de unos labios de media luna color de sangría, o
era tal vez el horizonte incierto que se creaba al subir sus piernas y bajar su
prenda única, hasta llegar al punto exacto donde puede verse el calor emanar,
como en la superficie hirviente de una calle de asfalto, creando un pequeño
espejismo al ras de la tela blanca; o posiblemente era el delirio de imaginar a
una mujer tan fantástica.
Es entonces que se percata que ahora es observado
desde aquel extremo del portal hacia el cielo; ella tiene una pose de ángel con
su cabellera corta, con sus manos en la cintura y ahora sólo esta ahí observando,
él mira avergonzado hacia otro lado y ve venir al autobús que estaba esperando.
Fue así como zarpó una vez más en el río del tiempo, no sin antes voltear por
la ventanilla y ver el nombre de la calle, que dice: ‘‘Vlle del Anáhuac’’.