Acariciaba su quietud
Nos amargábamos las gargantas con humo mentolado, éste
se encaramaba ferozmente en el techo y desde allá nos ladraba, nos mantenía
despiertos y con la necesidad de no someternos a los vaivenes de la noche
líquida para seguir disfrutando de la sal en nuestros cuerpos de náufragos,
bebiéndonos hasta delirar.
Yo acariciaba su quietud, mientras veía desde mi inquietud de sonámbulo su perfil de Luna, su perfil de oriente bellamente dibujado sobre la almohada.
Pensaba que ahora están ocultos pero aún en sueños sus
ojos son atentos, me atienden en esta vigilia, y yo con sólo recordar su
reflejo cuando se beben la luz a sorbos y les nace ese color abismal, me siento
simultáneo a la parsimonia de su exhalación perfumada.
La sentía navegar aquella marea que hacía ondear sus
labios a ratos, y ella se estremecía pues desde su pecho la calentaba el
rescoldo del delirio que la trajo hasta esta orilla, hasta estos brazos que
acariciaban su quietud.
Habíamos estado tan solos antes de venir a compartir
esta noche que se ha zafado del bolsillo de un Dios cualquiera.